viernes, 5 de octubre de 2012

Histroria de una adolescente embarazada

Isabel llevaba horas llorando en su habitación, el otoño madrileño en aquella tarde gris parecía comprender sus sentimientos. Los viejos árboles del parque infantil, que se ve desde su habitación, habían dejado caer sus primeras hojas, depositándolas con cuidado sobre aquel columpio, viejo y oxidado. Triste vida la del columpio -pensó Isa- Hacía meses que no pasaba un niño a columpiarse en él. Su única función se había convertido en servir de taburete a los grupos de jóvenes que frecuentan el parque para hacer botellón los viernes. Y así era como todo había comenzado, en un botellón.
Isabel, buena chica, buena estudiante, dieciséis años y en primero de bachillerato, estaba embarazada. El ginecólogo se lo había confirmado esa misma mañana. Su amiga Berta, que le había acompañado, no lo dudó ni un segundo _Tía, aborta, como no abortes te mato el feto a puñetazos en la barriga. Dijo medio en broma en un macabro intento de tranquilizar a Isa, que caminaba con el rostro pálido a la salida de la clínica.

Berta le acompañó a casa. Habían recorrido juntas ese camino miles de veces a la vuelta de clase, pero nunca Isa había permanecido tan callada durante el trayecto.
Fue una de esas cientos de conversaciones que en ese camino habían tenido entre las dos, la que ahora hacía reflexionar a Isa, mientras miraba por la ventana como el suelo de asfalto delataba que estaba empezando a llover.
Debió ser en cuarto de la ESO, el año pasado, el último curso que hacían uso del horrible uniforme que Isa siempre odió.
_¿Crees en los espíritus? Le preguntó Berta al hilo de una película de miedo que había visto.
_Si, creo que sí, las personas aparte del cuerpo tenemos espíritu. Contestó Isa con convencimiento.
_¿Y cuando morimos el espíritu sigue viviendo?
_Yo creo que sí, tiene sentido. Dijo Isa aún con gesto pensativo.
_Sí - afirmó Berta- yo también lo creo.
Quizás en ese momento Isabel no cayó en la cuenta, pero todavía un año después se acordaba de ese breve comentario, que apenas llegó a ser una conversación.
La pregunta era entonces. ¿Cuándo llega el espíritu a las personas? ¿en el momento en que nacen? ¿o al instante en el que son concebidas?. Le resultaba absurdo creer que teniendo todos los hombres un espíritu, éste no nos acompañe desde el primer día que somos concebidos por nuestros padres. Por otra parte esta idea le asustaba, le ponía contra la espada y la pared. Entonces… ¿ya era madre?. Seguramente su hijo no tuviese todavía una apariencia desarrollada, pero sí un espíritu y un destino.
La idea de que en cierto modo, ya era madre, le hizo abandonar la intención de abortar. Pero no le quitó ni un ápice del miedo que sentía, de la inquietud, o del profundo malestar al sentirse desafortunada ante el abismo que suponía la incertidumbre del futuro.
Había un rosario sobre la mesa del estudio, todavía en su caja, el abuelo se lo había regalado hacía apenas dos meses, por la confirmación. Se acercó y lo abrió, lo tomó con sus manos y se fijó en la figura de Jesús, que aunque pequeño, estaba realizado con gran detalle. Visto de cerca, su rostro miraba al cielo en expresión de dolor. Isa no tenía costumbre de rezar, iba alguna vez a misa, pero la verdad, cada vez menos.
Nunca se hubiera puesto a rezar el rosario, incluso hubiera sentido mucha vergüenza si sus amigas y amigos le hubieran visto. Pero conocía las oraciones, y por alguna razón extraña comenzó a orar, en silencio, con los ojos cerrados, mientras afuera lo que antes era una llovizna, ahora era una tormenta intensa. Se abstrajo tanto en la oración como nunca antes lo había hecho, y sintió desaparecer el sonido de la lluvia al fondo, rebosando cada vez más su espíritu de una sensación agradable de paz.
_¡Clunc! El sonido de las llaves y de la puerta, acompañado por el saludo de su madre le hizo abrir los ojos. El tiempo había pasado volando, media hora había transcurrido para Isa como si hubieran sido cinco minutos.
Al incorporarse no solo había dejado de llover sino que hacía sol, un sol que visto desde detrás de una ventana aislante del frío, cualquiera hubiera dicho que se trataba del mes de agosto. Al levantarse miró por la ventana a la calle, dos niños se columpiaban y correteaban por el parque, mientras su madre les vigilaba a la vez que sostenía en sus brazos a un bebé.
Isabel sonrió, caminó hasta la cocina y le dijo a su madre.

Mamá, estoy embarazada. Y voy a seguir adelante.

 

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